Anécdotas de nuestros años en la escuela secundaria |
En este
espacio, entre todos, iremos colocando aquellas anécdotas de
nuestro |
Anécdota
01: Habíamos soportado durante el 4º año al profesor Franco en la matería Física. Una experiencia sin dudas llena de situaciones escalofriantes. En verdad sentíamos terror con ese personaje nefasto. Con ese recuerdo estábamos una mañana en nuestra aula de 5º año cuando el Jefe de Celadores, Sr. De Angelis, entró para comunicarnos una "mala noticia". Había "fallecido el profesor Franco". Lejos de entristecernos recuerdo que se armó una algarabía impresionante, con risas y demás muestras de alegría más que de tristeza. La división parecía de fiesta. Así fue que esa actitud casi nos cuesta una masiva colocación de amonestaciones. Ricardo López. Anécdota 02: Recuerdo cuando durante nuestro paso por 4º año el Profesor Ayabar nos llevó a la famosa Escuela Normal nro. 4 de señoritas, para dar una clase especial. Si no me falta alguno creo que los que intervenimos en esa misión fuimos Sanz, Flores, Gutemberg y yo. No olvido nuestras caras adolescentes en el hall de esa escuela, rodeados de otras muchas caras adolescentes femeninas, como tampoco nuestros nervios y nuestro pensamiento acerca de que cuernos estábanos haciendo en ese lugar. Experiencia inolvidable para la época en que estábamos viviendo. Roberto Andreoli Anécdota 03 En alguna realidad Un amigo alemán, Peter, ahora residente en Estados Unidos, tiene un par de dichos favoritos y frecuentemente los repite. En su descargo, debo decir que ya entró en esa edad en la que no se recuerda lo que uno le dice a los demás. ¿Se acuerdan cuando el abuelo les repetía una y otra vez el mismo cuento? ¿Les pasa pasa a ustedes con sus hijos y nietos, o ya no se dan cuenta porque ellos no se lo dicen? Pero, volviendo al tema inicial, los dichos, el primero es: "The older I get, the better I used to be" Siempre hay una pérdida en el significado cuando se traduce a otro idioma, sobre todo cuando el original está en una lengua tan compacta como el inglés, pero, más o menos, dice: "Cuanto más viejo me vuelvo, mejor solía ser" A lo que debo agregar, mejor era todo lo que ocurría alrededor mío. Ya sabemos que "Todo tiempo pasado..." Así que, aunque yo creo que esto sucedió así como lo voy a contar, sería bueno que alguien corroborara la historia. O no. Al fin y al cabo, es mi historia. Probablemente en quinto año, fuimos invitados a visitar la Facultad de Ciencias Exactas en la Ciudad Universitaria en Nuñez. Después de recorrer las instalaciones, llegamos a la cumbre de la recorrida, la primera computadora para fines científicos instalada en Argentina. La computadora tenía nombre: Clementina. El nombre venía de que la susodicha podía tocar la canción "Mi querida Clementina" que conocíamos de las series de cowboys de la época. El aparato consistía en diez o más gabinetes que ocupaban un enorme salón y tenía una pantallita en blanco y negro de unos veinte centímetros. Wikipedia dice que la computadora era 50000 veces más grande que una PC actual. Y, por supuesto, como parte de la exhibición, nos hicieron escuchar la canción en todo el esplendor de sus sintéticas cuerdas vocales. Luego de la sección musical, los que estaban a cargo nos ofrecieron jugar contra la computadora, creo que un juego del tipo TA-TE-TI. Aunque no estoy seguro de que haya sido así ya que Clementina, fanfarronendo, nos desafió poniendo en el display: "Juegue primero que yo le ganaré". Como todos recordarán, no hay forma de ganar al TA-TE-TI si uno juega segundo, así que puede ser que el juego fuera otro. Hicimos nuestra jugada y esperamos. Y esperamos, y esperamos, hasta que uno de los operadores nos dijo que la computadora tenía un desperfecto y que no podía jugar hasta que la repararan. Así que nos fuimos con la satisfacción de haberle ganado por abandono a la pedante Clementina. Nadie podía detenernos. Lo que trae a colación la
segunda frase favorita de mi amigo Peter, de una canción de Bob Seeger:
"Wish I didn't know now what I didn't know then" "Ojalá que no supiera
hoy lo que no sabía entonces" Resulta que, como a mí me gustaba mucho evadirme de las clases, sobre todo de las que no había estudiado lo suficiente para ese día, siempre optaba por la vía de escape más efectiva que era la de huir despavoridamente escapándome del colegio. Debo aclarar que ese acto que se dice en forma tan simple, me llevó mucho tiempo de aprendizaje para que pueda saber la forma de ejecutarlo correctamente y evitar las concebidas consecuencias que el "rateo" conlleva. Algunos de mis compañeros de andanzas, y que por razones obvias no voy a nombrar, lo saben muy bien. Ese día, eran alrededor de las 10 de la mañana, salgo como de costumbre sin ser visto a la calle y me detengo cerca del portón de hierro antes de esquina de Moreno, y apoyando los libros en la reja procedo a sacarme el delantal. Me llama la atención que un hombre de traje y figura erguida que venía del lado de Rivadavia se detiene justo en ese portón de entrada a la Escuela y me mira fijamente. Yo sigo con lo mío y me voy caminando hacia Belgrano. En la esquina de Urquiza, después de cruzar Moreno me doy vuelta y observo que el hombre entraba en la Escuela. A la hora vuelvo campante como siempre y me encuentro con todas las puertas de la Escuela cerradas, no solo los portones de rejas de la calle sino también las puertas de madera vidriada del salón de entrada. Vaya sorpresa la mía, ¿que pudo haber pasado para llegar a tanto hermetismo de clausura?, ¿cómo entro y hago acto de presencia para que no se descubra que me había ido?. Tenía que descubrir sí o sí alguna forma de poder entrar, hasta que después de unos quince minutos empecé a caminar por Moreno hacia 24 de Noviembre para ver si se me ocurría algo bordeando las paredes de la Escuela, era como que deseaba firmemente encontrar un agujero en la pared para escabullirme y poder entrar como las ratas. En esos momentos me hacía la película de que había saltado todo y me habían descubierto en la rateada, el reto severo del Jefe de Preceptores De Ángelis y posible expulsión, el despelote con mis viejos, la humillación ante mis queridos compañeros y amigos, que si me descubrían a mi también arrastraba a todos los otros alumnos que estaban en la misma rateada de esa hora y demás rollos adolescentes que me surcaban en ese momento. Fueron los peores minutos de mi vida, hasta que al llegar a la puerta de entrada a la casa del Mayordomo se me iluminó la idea de golpear y la esperanza de que me atendiera Castillo, que era el que ocupaba el cargo ese año, me recibiera bien y me creyera lo que le dijera. Para mi gloria, me atendió él en persona y como me conocía desde mi tercer grado ya que era compañero en la primaria de su hijo, me creyó la explicación del porqué estaba afuera y porqué quería entrar. Le pregunté qué pasaba y ahí me enteré, porque me dijo todos los motivos por los cuales el Mariano Acosta estaba herméticamente cerrado. Me contó que había llegado un Inspector del Ministerio que al llegar había visto a un alumno de secundaria salir de la Escuela, sacarse el guardapolvos en la puerta y escaparse. Inmediatamente el Rector de turno Moruja ordenó la movilización de todo el personal de la Escuela, ya sea ordenanzas cerrando entradas y salidas y atentos custodiando y preceptores tomando lista en todas las divisiones de la secundaria para identificar al presunto fugitivo que originó el estupor del Inspector Ministerial. Por supuesto que me hice el súper sorprendido ante semejante historia y le agradecí que me permitiera el ingreso a la Escuela como si nada hubiese ocurrido. De inmediato, y aliviado por el temor de estar afuera, me dirigí directamente a la Jefatura de Preceptores con mi mejor cara de tranquilidad y súper seguro de que todo estaba normal, y ahí me encaró el Jefe De Ángelis preguntándome donde estaba, que se había armado un revuelo muy grande con el Inspector y que me había buscado para pasar lista en el curso que estaba a mi cargo y que no me había encontrado. Además me encaró asegurándome que yo era el que se había escapado de la Escuela y que era el que había visto el Inspector. Por supuesto que yo, con mi mejor cara de póker le dije que no me había enterado de nada y que estaba en un grado primario remplazando al maestro ausente. Jamás me voy a olvidar la cara de Juan Carlos De Ángelis de cómo me miraba, ya que con su mirada me expresaba su pensamiento certero y que también me manifestó verbalmente su convencimiento de que yo era el causante de tal movilización en la Escuela, pero al verme ante su presencia no se explicaba cómo pude entrar al establecimiento teniendo en cuenta que todas las puertas de acceso se encontraban cerradas y vigiladas por orden del Inspector. Nuestro querido Preceptor
Julio Acatatis se debe de acordar de este día, y la verdadera historia
se le aclarará. Si hacen memoria fina, tiene que venir a sus recuerdos
ese día, que para mí fue nefasto, pero zafé de incógnito y jamás se supo
la realidad hasta este momento en que estás leyendo esta historia
confesa como una anécdota más de todas nuestras travesuras
estudiantiles. |